Una de las frecuentes problemáticas que se nos presentan se vinculan a la impulsividad, cuyas manifestaciones aparecen directamente en lo social, como el caso de los comportamientos violentos. ¿Por qué preocupan? Entre otras cosas por la alta comorbilidad que provocan con otras patologías previas, como por ejemplo, la que hay entre impulsividad y depresión, o depresión y adicción. Ansiedad y abuso de sustancias.
Es decir, un trastorno de personalidad predispone a tener una adicción y algunas personas, deprimidas por ejemplo, recurren a las drogas como paliativo o automedicación. A su vez, tienden a agravar los cuadros reacciones como ira descontrolada o enojo, que reducen la sensación de autocontrol. Esto convierte al tema en un ciclo, donde ya no me enojo por lo que sucede sino por no poder controlarlo. Hablamos de vulnerabilidad. Estos fenómenos son, además, altamente resistentes al cambio.
Hoy hablamos de pacientes no neuróticos. De la misma forma que estábamos acostumbrados a pensar solo en formas de estructuración psíquica, hoy nos planteamos estudiar, analizar, tratar fenómenos distintos dentro de una organización.
Encontramos algunos caracteres comunes: no son clasificables como neurosis ni como psicosis, son actuales porque son producidos y /o mantenidos por la forma de vida de la época , son variados y múltiples, resistentes y lo más importante, nos colocan a los terapeutas en la necesidad de replantear el encuadre y el rol.
Es decir, nos encontramos en la clínica con pacientes cuya historia no se resuelve, ni evoluciona, incluso ni se cuenta como una historia convencional neurótica. André Green es quien señala que los problemas clínicos están ligados a un cambio histórico, al agravamiento del malestar cultural, en el que pasamos de cuadros neuróticos a patologías más graves como los borderlines.
Si son nuevas o no lo son, no es la cuestión. En cambio, sí lo es la intensidad, la gravedad, la coexistencia de la forma pura neurótica con otras manifestaciones: narcisistas, trastornos psicosomáticos, adicciones, fobias.
Historizar al sujeto, al paciente, a la persona, no es solamente perseguir el hilo de su relato hacia algún trauma originario, sino entender que ese individuo tiene distintas formas de procesarlo, de acercarse y de empezar un camino hacia comportamientos más saludables.
Los nuevos modos de funcionamiento están influenciados por factores socioculturales, ligados a efectos de una época de cambios fuertes y rápidos, distintas configuraciones familiares, otros accesos a la información, reconocimiento de la diversidad en lo sexual, intimidad pública y vertiginosos vaivenes en la economía mundial. Padecer hoy es hacerlo en una trama de todos estos elementos, en los que prevalece una especie de fracaso en el camino de la simbolización, patologías que se apoderan del cuerpo para expresar el malestar.
Emiliano Galende (1994) sostiene que al paciente le cuesta poner en palabras su síntoma, y que las consultas (y eso es un dato muy valioso) son frecuentemente acerca de la existencia y de cómo lidiar con ella. Hablamos de problemáticas de orden narcisista, en la que el vacío, atravesado por las dificultades en la comunicación y por la baja tolerancia a la frustración aparece como problema recurrente.
Estas patologías, vinculadas al narcisismo reciben distintos nombres: uno de ellos, patologías del déficit, en la que el trauma parece estar siempre vigente, ya no en el pasado, sino en la insistencia permanente.
Este déficit señala una falta, una necesidad, algo que no se tuvo en el camino de la constitución psíquica. Como un agujero. Déficit como opuesto a conflicto. Emerge de un modo distinto a la neurosis entendida en forma clásica, alrededor de la represión y el síntoma para marcar algo más primario, una carencia real que busca ser satisfecha, en donde la palabra sola ya no alcanza para el discurso y tampoco para la intervención del terapeuta.
Es desde este lugar, de la dificultad o carencia de lo representacional que aparece en acto la violencia, lo psicosomático, las impulsiones. La falta de continente interno produce los desbordes, los estallidos contra el otro, contra el propio cuerpo. La psicopatología es una construcción, quien le da sentido es el terapeuta, de modo que los cambios de los que hablamos también son las formas distintas de poder escuchar desde nuestro lugar ese padecimiento.
Los tiempos proponen otras formas de respuestas a las demandas, distintas, focalizadas, flexibles, con modelos de dispositivos múltiples: las psicoterapias breves, cuya diversidad es vasta, así como sus modos de intervención, en la que la interpretación es puesta entre paréntesis. Modalidades que privilegian la alianza terapéutica y el cambio como movimiento necesario tanto en la terapia como fuera de ella. El rol del terapeuta con un perfil de mayor empatía que abra la vía de encontrar en la terapia formas de reconstruir, reparar y comprender. Estrategias de detenimiento en puntos del discurso, de diferenciación de emociones, que hacen al paciente detenerse y aprender a procesar, pero de otro modo.
Son terapias que buscan trabajar lo vincular, el reconocimiento del otro, pero también (en esta época de tanta desubjetivación), la posibilidad y capacidad de poder estar solo, siendo esto último considerado incluso un parámetro de salud.