Del 5 al 7 de octubre tendremos la oportunidad de encontrarnos para intercambiar, debatir y construir saberes. Hablaremos de las maneras actuales del malestar y el sufrimiento que nos aquejan a los seres humanos y que nos interpelan a los que trabajamos en el campo de la psicología. Será en el marco del VIII Congreso Internacional de Psicología del Tucumán: “El porvenir de la Psicología ante las nuevas prácticas, demandas y subjetividades”.
Entre los temas convocantes del Congreso se encuentra la violencia, problemática que está en el origen mismo de la humanidad y ha sido tratada en todos los tiempos desde diversos campos disciplinares. La Organización Mundial de la Salud define la violencia como el uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones.
A contrapelo de los slogans que postulan que el ser humano no nace violento sino que lo aprende del contexto, Freud teoriza la agresión como un instinto constitutivo en el ser humano y como una tendencia funcional a la supervivencia de la especie, en la medida que actúa de forma moderada y coartada en su fin a través de las regulaciones provistas por la cultura y la civilización.
En una carta que le escribe a Einstein sobre el tópico de la guerra (Freud, 1932), Freud explica que desde el origen las diferencias entre los hombres se zanjan mediante la violencia; al comienzo era la fuerza muscular lo que imponía el poder y la voluntad de uno sobre los demás, con el curso del tiempo la unión de varios débiles quebranta la mayor fortaleza de uno. “La unión hace la fuerza”.
Este proceso da lugar al nacimiento del Derecho como el poder de una comunidad. Sin embargo, es necesario que esta unión sea duradera para mantener controlada la agresión desmesurada. La comunidad debe ser conservada de manera permanente, debe organizarse y establecer instituciones que velen por la aplicación de las leyes, lo que a su vez promueve sentimientos comunitarios en los que estriba su genuina fortaleza. Se establece así una transacción que implica la represión de la satisfacción inmediata a cambio de estabilidad y seguridad.
Ahora bien, ¿cuáles son las coordenadas actuales que inciden en la modalidad y la escalada de la violencia en este momento socio-histórico-cultural? El mandato globalizado al consumo de objetos que prometen la felicidad inmediata y el rechazo a los sentimientos de angustia y frustración degradan la lógica de la represión. Se impulsa así la búsqueda permanente de una satisfacción sin límites, donde la relación al semejante se adecua a las leyes del mercado entrando en la serie de los objetos de consumo y descarte.
El discurso capitalista invierte así la racionalidad propuesta por el Derecho o el poderío de la comunidad, modifica las modalidades de lazo favoreciendo el aislamiento, la segregación y la transformación del otro en un rival.
Nos encontramos con el desafío de intervenir en este escenario si queremos operar sobre la cuestión social de la violencia. Siguiendo lo planteado se deduce la importancia de reintroducir la demora en la satisfacción inmediata, la tolerancia a la frustración y la restitución de la ley como derecho que sostiene el contrato social, representando el poderío de la comunidad en contraposición a la fuerza individual.
Este proceso requiere dos condiciones que, siguiendo a Freud, podemos resumir como amenaza y promesa. En “El malestar en la cultura” (1929) explica que el niño reprime sus instintos ante la amenaza de pérdida del amor de aquellas figuras primordiales que le brindan cuidado y protección, incorporando de este modo los mandatos culturales que son transmitidos en primerísima instancia por los objetos de amor primario (generalmente los padres o quienes ejercen las funciones de cuidado y amor) y luego por sus sustitutos. La renuncia, la demora en la satisfacción, obedecen al amor y a la necesidad de seguridad. Dos aspectos que entran en cuestión en la actualidad.
Ante la caída del amor y la incertidumbre en la que vivimos, la renuncia pierde sentido y se impone el mandato al goce extremo. Proponemos entonces ir a contrapelo, generar espacios que restituyan la demora apelando a lo afectivo y la seguridad, proponiendo dispositivos de buen trato que recuperen la búsqueda de intereses comunes, que mantengan los lazos entre los sujetos y apelen a un proyecto compartido, menos intenso pero más duradero y estable.
No se trata sólo de los límites sino también de las promesas posibles y alcanzables. Restituirle peso a las palabras, que han perdido consistencia ante las promesas vacías que proliferan en la actualidad.