No pueden faltar en los congresos las figuras invitadas de prestigio, y en el caso del que organiza la Facultad de Psicología (UNT) es de lo más acertada la decisión de traer a Paula Sibilia a Tucumán. Es que muchos de los temas que se abordarán en las conferencias son materia de estudio de la antropóloga radicada en Brasil, cuestiones que conectan la salud mental con la vida digital, las transformaciones sociales, el rol de la educación, el universo de las redes y, de postre, la inteligencia artificial.
Cuenta Sibilia que esta es su tercera visita a la provincia, muy distinta de las anteriores. Le tocó venir de niña con sus padres y, tiempo después, recorriendo la región con la mochila al hombro. De esa experiencia no olvida su paso por las ruinas de Quilmes. Ahora el plan es netamente académico, lo que no la privó de pasear ayer por Tafí del Valle. Ya en pleno Congreso le tocará abordar diversos tópicos y varios de ellos estarán relacionados con su libro “La intimidad como espectáculo”. Por esa arista se inició la entrevista con LA GACETA.
Hay aspectos de la vida que hasta hace poco no se mostraban: ciertos sentimientos, ciertas actividades, ciertos recuerdos, ciertos afectos, la sexualidad, la desnudez... Lo que por definición era íntimo no tenía que ser compartido con desconocidos y por eso existían paredes -como las simbólicas del hogar- pero también pudores, ¿no? O sea, válvulas morales que impedían que un otro ajeno tuviera acceso a esos aspectos de la vida que se consideraban demasiado valiosos, o triviales, o vergonzosos, incluso para ser compartidos con desconocidos. Ahora se considera que no sólo se puede mostrarlo, sino que deberíamos hacerlo. Una especie de curaduría de nosotros mismos en una suerte de espectacularización.
No es cualquier cosa ni de cualquier manera lo que se muestra. Hay una serie de códigos que tienen que ver con la cultura mediática, el cine, la televisión; todo con lo que nos alfabetizamos en las últimas décadas. Y especialmente la publicidad, porque hay algo del orden del marketing ahí. No es solamente exponerse bellamente, sino también saber venderse. Hay estrategias para mostrarse.
Venimos de un mundo no muy lejano, que es el mundo al que todavía seguimos llamando moderno, pero que cada vez es más anticuado. En el proyecto modernizador, con la industrialización y la colonización irradiada por las metrópolis europeas, había varias características represivas. La idea de reprimir los impulsos, las agresividades, incluso la sexualidad. También la idea del Estado, con la ley, la policía, los tribunales; en fin, la Justicia. Y la misma escuela, no con castigos físicos, pero si con pequeñas puniciones y castigos codificados. Era una cultura que ponía en un lugar importante la represión; o sea, había que limitar. No se podía hacer cualquier cosa, había valores considerados más importantes que lo que cada uno quería, de lo que yo quiero digamos: la patria, la familia, el trabajo. Una represión interna y otra externa, representada por las instituciones, el padre, la ley, la autoridad. Había un consenso con respecto a eso, se suponía que las cosas debían funcionar así. Era una sociedad que limitaba y ahí tenés las paredes, los pudores. Yo no podía hacer cualquier cosa, incluso no era técnicamente posible; había límites espaciales, temporales y morales de todo tipo. Esto fue cambiando.
¿Qué pasó en las últimas décadas? Nos volvimos compatibles con los artefactos, sobre todo con los dispositivos móviles. Pero yo diría que esta es la punta del iceberg. Hay una serie de transformaciones mucho más profundas y que vienen de más lejos. Las décadas del 60 y 70 marcan un momento importante de esa transformación de la sexualidad, la sociabilidad, la manera de poner en primer lugar, por ejemplo, lo que yo quiero, la autorrealización. Es una transformación muy compleja que va flexibilizando esos límites, que se fue acelerando e intensificando junto con lo que viene pasando a nivel digital. Estos cambios son diversos en todos los planos; económicos, políticos, socioculturales, de valores y demás. No es que la tecnología causó estos cambios, es muy fácil decir que internet o los celulares nos cambiaron la vida. Pero si hacés un análisis histórico te das cuenta de que no es exactamente así, que el cambio es anterior y viene de las últimas décadas del siglo XX. Ya estaban estos cambios de cuestionar las instituciones, la ley, a esos límites. No por casualidad inventamos estas tecnologías, ya se estaba cambiando nuestros modos de vivir y estas tecnologías se definen por ser ilimitadas. Pero está bien que haya límites, porque si no, no hay Estado, no hay subjetividad, no hay sociedad.
Internet funciona 24/7 y los celulares también, entonces al compatibilizarnos con ellos nosotros también estamos funcionando 24/7. Hay algo del orden de lo ilimitado a nivel espacio-temporal. Estamos acá, pero contestando mensajes que vienen de otro lado. Estamos durmiendo, pero en otros lados la vida sigue, entonces cuando nos despertamos vemos que pasaron cosas. Todo esto también produce ansiedad, entonces hay una incompatibilidad, ¿no? Mucho del sufrimiento contemporáneo paradójicamente tiene que ver con que no hay límites, que es algo que se buscó de alguna manera.
Supuestamente ahora tenemos todo, somos más consumidores que ciudadanos. Un consumidor al que se le dice: “vos podés todo, todo el tiempo, a cualquier hora. Ahí tenés todas las películas del mundo, todas las canciones, todos los novios, toda la comida”. Queremos todo, pero obviamente no podemos. El límite está ahí, obstaculizando tu vida. Entonces el problema siempre es el otro. ¿Cuál es el problema? No sé, pero no soy yo.
Se impone la lógica de mercado y en las redes sociales eso está muy claro en la medida por valores de la cantidad de likes y visualizaciones. Pero también en el uso de Tinder y otras aplicaciones de citas está claramente la lógica del mercado, también el tema de la posverdad es la lógica del mercado en el campo de las creencias. Yo creo en esto y vos crees en esto y todo vale lo mismo. Antes había una verdad, un consenso, más allá de algunas líneas difusas y cuestionamientos. Había consenso sobre la objetividad periodística, por ejemplo; la realidad social compartida, la ciencia, la epistemología. Pero ahora hay ciertos discursos que circulan con fuerza y dicen: “la ciencia dice esto, pero la ciencia tiene un montón de intereses creados, entonces yo digo esto”. Y son cosas completamente disparatadas.
Es decir, por ejemplo: “mi grupo, mis amigos, mis seguidores, los que estamos en mi burbuja, creemos que la Tierra es plana. Y tenemos nuestros argumentos, por más locos y sin bases que sean. Pero si nosotros lo creemos no hay ningún argumento más fuerte, más valioso que yo”. Es una aristocracia del yo como centro del mundo. Esa es una lógica del mercado. Veamos el caso de Donald Trump. Le dicen: “perdió las elecciones, señor”. Y él responde: “no, ¿por qué? Yo no quiero”. Entonces dio un montón de excusas, sin ningún fundamento denunció que hubo fraude, pero el único argumento era: “lo único que importa es que ni yo ni mis amigo queremos, por lo tanto no perdí las elecciones”.
La escuela ya viene siendo cuestionada y perdiendo su legitimidad hace varias décadas. Está transformándose, tratando de adaptarse, pero las tecnologías digitales de comunicación e información parece como que pusieron muy en evidencia esa crisis. La pared del colegio y de la sala de clases era fundamental, así como la pared de un consultorio psicoanalítico. Pero todas las paredes están siendo atravesadas y desafiadas por las redes, entonces la pared no tiene más la capacidad para contener lo que pasa. La gran cuestión compartida por todas esas instituciones es que las paredes ya no son tan sólidas. Las rejas de la cárcel no son tan sólidas como solían ser; en los museos la ritualística de contemplación en silencio pasó a una forma de exposición para sacarse selfies. Lo mismo el teatro, el cine, que eran lugares en los que no se podía ni hablar.
Quizás la escuela es la que lo sufre más porque es una institución fundamental para la sociedad moderna. Educaba a los futuros ciudadanos, no solamente enseñando Lengua, Geografía, Historia y Matemática; también enseñando a respetar las jerarquías, a respetar horarios, a quedarse quietitos. Todo eso está en cuestión, esos valores antes consensuados están siendo cuestionados. Los estudiantes, que son cada vez más compatibles con los aparatos y con la lógica ilimitada que les proponen, se preguntan: “¿por qué tengo que estar acá durante varias horas sentadito todos los días, cuando está pasando todo esto otro en el mundo y es lo que me interesa?” Pero el cuestionamiento no solamente es de los niños y los adolescentes, sino de los profesores, de los padres y de la sociedad en general.
No se puede vivir sin escuela, con la pandemia el mundo volvió a darse cuenta de eso. ¿Qué es lo que se busca de la escuela? Estamos en un momento en el que cabe hacerse esas preguntas. ¿Se la necesita porque es un depósito de niños a los que hay que dejar en algún lugar para ir a trabajar o se trata de educación? Queremos que la escuela eduque, pero hoy ¿qué significa educar? Estas cuestiones tienen que ser explicitadas, convocar la mayor cantidad y diversidad de voces para tratar de responderlas, porque los problemas que tenemos son tan complejos, tan nuevos y disruptivos que no basta con las disciplinas cerradas.
El periodismo también está siendo repensado, por ejemplo qué significa hoy una noticia. No era muy digno publicar y mostrar la intimidad del otro. Eso ahora ya no es tan así, De hecho hay chats privados publicados en los diarios sin ningún pudor ¿no? Lo que importa es mostrar un político famoso, entonces hay toda una crisis sobre lo que está bien y lo que está mal.
Me parece que lo principal es hacer buenas preguntas y tratar de entender lo que está pasando. Las respuestas serían que estamos cambiando, de un mundo moderno analógico, que era de determinada manera, con ciertas coordenadas y con ciertos consensos, hacia otro régimen de vida. Es otra manera de organizarnos en la cual nos volvimos compatibles con las tecnologías digitales. Pero eso es un síntoma, la transformación es mucho más profunda y complicada y va a exigir una serie de adaptaciones.
Antropóloga, docente, investigadora y ensayista, Paula Sibilia se formó en la UBA y en Brasil. Entre sus libros se destacan “El hombre postorgánico”, “La intimidad como espectáculo” y “¿Redes o paredes? La escuela en tiempos de dispersión”.