Puntos de partida para pensar en el porvenir de la psicología

La propuesta del VIII Congreso Internacional “El porvenir de la Psicología ante las nuevas prácticas, demandas y subjetividades” fue atractiva en la medida que articuló al individuo aislado con un colectivo crítico capaz de apropiarse de lo mejor de la ciencia y el saber. En este sentido, no hay nada más alentador que sentirse un agente activo, comprometido y participativo en la sociedad desorientada en la que vivimos.

Dar cuenta de todo lo que ocurrió en un congreso es casi imposible. Asistieron 1.656 personas, se realizaron mesas panel, mesas de diálogo, conferencias centrales, talleres, comunicaciones libres, presentaciones de libros, actuación del coro universitario, exposiciones de stand de actividades de la UNT... Fue un evento académico que abrió numerosas puertas simbólicas y materiales.

Retomando el nombre de este congreso, creemos que el porvenir va a estar de la mano de la educación y, dentro de ella, el rol de las universidades fomentando los intercambios va a ser central.

Jacques Derrida, filósofo francés, vincula el porvenir con el acontecimiento, señalando que ambos son irreductibles al cálculo a partir de las condiciones actuales. Para pensar un porvenir, sin dudas también fue importante volver la mirada al pasado, de dónde venimos, historizar lo que hicimos y lo que somos, para así habilitar lo nuevo; recuperar el pasado para construir nuestro presente venidero.

La palabra congreso etimológicamente significa ir juntos. En este caso se trata de ir juntos en la construcción de un porvenir para la Psicología y para el sujeto del cual nos ocupamos.

Difícil de abordar

La realidad que afrontamos no es una realidad cristalina a la que se pueda abordar sencillamente. Existe un desfasaje entre los cuerpos teóricos y la realidad. ¿Por qué el desfasaje? Por algo elemental, el ritmo de la realidad no es el ritmo de la construcción conceptual.

Lakatos nos advierte que el ser humano ha podido avanzar en el conocimiento porque se ha atrevido a pensar en contra de todo lo que estimaba verdadero y cierto. En términos psicológicos esto es algo muy profundo, atreverse a estar en el desasosiego. Quién no se atreva, no va a poder construir conocimiento, quién busque mantenerse en su sosiego y en su quietud, construirá discursos ideológicos, pero no conocimiento.

En todo proceso hay un instante de ver, un tiempo para comprender y un momento para concluir. El instante de ver es algo que impacta, es lo nuevo. Este instante “es inmediato”, ocurrió en el instante que comenzamos a pensar cómo construir el congreso, considerando los temas centrales, los invitados, la participación de los docentes, no docentes y estudiantes de la Casa. La creación de mesas de diálogo que permitan interactuar entre profesionales, con formaciones diferentes: médicos, antropólogos, abogados, comunicadores sociales, ingenieros, entre otros.

El segundo momento lógico es el tiempo para comprender, un tiempo de meditación. El tiempo para comprender implica no apresurarse hacia un momento de concluir, no llegar con apuro, con prisa. En este momento tratamos de introducir la demora, jugar, hacer experiencia. Necesitamos del otro para poder hacer un movimiento.

Es el sentido del tiempo de la espera, una etapa propia del razonamiento, pero su duración es incierta. Por un lado decimos: “no dejes de mirar al otro, necesitamos del otro si queremos ganar la libertad”, pero por otro lado decimos: “no te apures de más, pero tampoco retrases tu momento”. Este tiempo para comprender es el momento más importante para provocar la trama grupal que permita producir un cambio en la subjetividad de los integrantes, para llegar al momento de concluir.

Clave

Durante el congreso y durante el tiempo para comprender, abordamos temas que consideramos centrales en esta época: la digitalización de la vida, la discapacidad y la educación, el género y las nuevas sexualidades, la salud mental y los derechos humanos y la violencia.

La digitalización de la vida fue abordada por la antropóloga argentina radicada en Brasil, Dra. Paula Sibilia. Ella afirma que en el tránsito del siglo XX hacia el XXI nos hemos “compatibilizado” con los dispositivos móviles de comunicación e información: teléfonos celulares, redes sociales, computadoras, internet, algoritmos, inteligencia artificial. Un proceso que ha ocurrido de forma muy rápida y eficiente; ahora, las redes tienden a atravesar todas las paredes. Y se diluyen muchas de las dicotomías que hasta hace poco eran consensuales: verdadero y falso, realidad y ficción, público y privado.

Se ha puesto en evidencia, así, tanto la crisis de las instituciones modernas como las fuertes transformaciones históricas que vienen afectando a las subjetividades y a la sociabilidad. Todas las instituciones modernas vienen enfrentando esos desafíos. Se trata de una serie de conflictos y tensiones entre la vieja lógica de las paredes (típica de las tecnologías modernas y analógicas), por un lado, y la nueva dinámica de las redes (asociada a los dispositivos digitales de la actualidad), por otro lado.

Los objetivos

Dos metas nos propusimos en los inicios de este proyecto de congreso: re-encontrarnos con profesionales y estudiantes con los que no pudimos compartir en forma presencial la anterior edición del congreso -por la pandemia- y en segundo lugar pensar juntos acerca del porvenir de la Psicología. Dos propósitos: reconstruir por un lado el lazo social y por otro, anticiparnos y construir juntos algo del destino de nuestra profesión.

¿Por qué apostamos al lazo social? Como psicólogos sabemos la importancia del lazo social en la constitución de un sujeto. ¿Por qué mencionamos esto? Porque si hay algo que ha sido modificado en la hipermodernidad es el modo de vincularnos y de interactuar con los demás. El lazo hacia los otros ha virado hacia los objetos. Estamos más interesados en los celulares, las tablets, el chat GPT, que en las personas. Podemos pensar que la pregunta por el ser de la modernidad, ha cambiado por el interés por tener: tener fama, tener seguidores, tener una buena imagen, el máximo goce posible. Estamos bajo el imperio de la égida de la imagen, de la instagramización de la vida. Hemos dejado atrás la pregunta por el ser: ¿quién queremos ser?