La llamada violencia escolar representa una de las formas del malestar actual, enunciado como una problemática social creciente que nos interroga convocando a diversas disciplinas a dar respuesta. Suele nombrarse como algo ajeno a lo “civilizado” o inhumano, lo más cercano a la naturaleza salvaje del hombre, sin embargo pareciera ser lo más humano y no resulta en absoluto ajena a la Cultura.
En particular las escenas de violencia en las Instituciones educativas son percibidas como inesperadas e impropias del marco en que se presenta: la Escuela. Ante lo disruptivo de este fenómeno rápidamente la apelación a una época anterior perdida se hace presente en nuestros pensamientos: “la Escuela de antes no era violenta” o “antes estas cosas no sucedían”. Referencia nostálgica por una Escuela que pretende restituir el lugar social que tenía o debería tener, pero que desconoce la violencia intrínseca en las instituciones sociales. Lo que si se observa en la actualidad es la propagación de las escenas a través de las redes sociales, que se multiplican sin saber de territorios y convierten este fenómeno en un espectáculo que se da a ver. La pregunta que nos convoca es pensar qué significan y a quiénes están dirigidas.
Lo que se nomina como violencia refiere también a esas fluctuaciones históricas, y variantes, como plantea Isla (2008) “la violencia es a priori una voz polisémica que contiene una pluralidad de significaciones”. Cuestión que es recurrente escuchar ya que el adulto nomina actos que considera violentos en el lazo entre jóvenes mientras que ellos no los ubican de esa manera. Múltiples son los modos en que es nombrada: indiferencia, burla, insulto, injuria, pelea, golpe, abuso, intimidación, sometimiento, estafa, violación, entre muchas más. Y tal es su variación que su reconocimiento no es homogéneo sino subjetivo y singular.
Desde la óptica del psicoanálisis, el lazo con las instituciones y los otros comporta siempre un malestar estructural, que supone una tensión inevitable entre lo pulsional y la Cultura para todos los sujetos. La violencia está en el corazón del lazo social, y para regular la relación entre los hombres han sido creadas las instituciones, aunque sea siempre insuficiente al decir de Sigmund Freud. Es el contrato social un modo de tratamiento de eso pero que siempre algo escapa a su regulación, esto nos indica que la violencia es contraria a la estructura articulada de la palabra. Cuando no es posible apelar a la palabra la violencia toma su relevo.
En general las construcciones teóricas (Psicología, Educación, Sociología, Antropología, etc.) conceptualizan la violencia escolar como una problemática social plurideterminada, y que pueden resumirse en dos orientaciones. Aquellas teorías que atribuyen a causas externas como la comunidad, la familia, los medios de comunicación, los sujetos (alumnos) atribuyéndoles la cualidad de “violentos”, “inadaptados”, etc. La otra teoría sitúa en el interior de la dinámica escolar el germen de la violencia, sea por acción u omisión. Ambas posiciones son frecuentemente escuchadas según la posición del sujeto que lo enuncia, si es parte de la institución la atribución es desplazada hacia otro cuerpo social (familia, comunidad, etc.) y si es externo queda ubicada en el seno de la institución educativa. Sabemos desde el psicoanálisis que esto resulta un efecto estructural defensivo, atribuir a otro la causa de la propia dificultad.
Por ello preferimos denominar la violencia en escenarios escolares como síntoma del lazo social, aquello que no marcha en el lazo entre los sujetos y las instituciones y refleja su insuficiencia para ser regulado.
Las instituciones conllevan una violencia legítima en su constitución, que implica una necesaria renuncia de los sujetos para incluirse en las mismas y aceptar las normas que permiten la convivencia. Esto es posible en tanto se comparte un ideal común. Pero hay también un malestar “sobrante” (Bleichmar) o una “cultura de la mortificación” (Ulloa) que refiere a un exceso ligado a la pérdida de la esperanza futura de disminuir el padecimiento en relación a la Cultura, descreimiento de un proyecto trascendente que ofrecen las instituciones. Desafiliación de una generación a otra que devela la pérdida de sentido del Ideal y quiebra la trasmisión de la herencia de los bienes culturales. Como nos dice Bleichmar: “…el malestar sobrante se nota particularmente…en el hecho de que los niños han dejado de ser los depositarios de los sueños fallidos de los adultos” (1997).
El vaciamiento de los ideales repercute en los modos de lazo, desorienta a los sujetos y a las instituciones. Es un rasgo de nuestra época la caída de los ideales llamados modernos, no quiere decir que no sigan estando pero están vaciados de contenido, de los cuales la Escuela es su máximo exponente. Por eso cuando las instituciones que se crearan para protegernos se desligan de sus objetivos fundantes los efectos se pueden observar en aumento de violencia, segregación, pérdida de deseo en la tarea, desinterés, fragmentación de los lazos entre otras manifestaciones.
Poder ir más allá de las escenas de violencia en la escuela para pensar la función que las instituciones y los ideales sociales ofrecen como condición de su emergencia nos permitirá encontrar otras alternativas posibles. Volviendo a mi pregunta inicial, es tarea de las instituciones y el mundo adulto alojar la pregunta que la escena nos da a ver, que no quede reducida a la sanción (cuestión necesaria) sino que recupere también la articulación con la palabra.
Bleichmar, S (1997). Acerca del “malestar sobrante”. Revista Topia Nro. 21/ Noviembre 1997.
Isla, A (2008) La violencia y sus formas. Cátedra abierta: aportes para pensar la violencia en las escuelas. - 1ª ed. - Buenos Aires. Ministerio de Educación.