El dolor del alma es un tipo de dolor concreto que se corresponde con el dolor emocional, de origen psicológico. Es mucho más complejo de comprender que el dolor corporal o cualquier otro que tiene una duración concreta y se trata a nivel físico. El dolor emocional es más duradero, más intenso y, asimismo, su tratamiento para paliarlo debe ser psicológico. Será este tipo de dolor el que se produce en mayor medida en las mujeres que han sufrido violencia de género.
Así, tal y como reconoce la ONU, la violencia psicológica debe tratarse puesto que genera un impacto en la salud mental más negativo y duradero que incluso la violencia física, produciendo un deterioro global en la salud de la mujer que merece mucha más atención de la que se le ofrece.
La violencia psicológica no cesa y es la variante más frecuente entre las modalidades de violencia contra la pareja. Es más, podemos afirmar que es el primer tipo de violencia que aparece en los casos de violencia de género, puesto que las conductas indicadoras comienzan con la intención de controlar a la víctima atentando contra su integridad emocional, con la finalidad de producir intimidación, desvalorización, sentimientos de culpa o sufrimiento, que luego pueden ir aumentando hacia una violencia más física, En definitiva: la violencia psicológica tiene el objetivo de conseguir el control y dominio de la víctima.
En la sintomatología de mujeres maltratadas se observan diferentes tipos de afectación psicológica, como mayor prevalencia de trastornos de ansiedad, fobias, depresión, disfunciones sexuales y diversas alteraciones en los rasgos de personalidad, que puede llegar al extremo del consumo de sustancias y los intentos de suicidio, entre otros. Pero ¿son todas las mujeres vulnerables a la violencia psicológica?
Una de las afectaciones más silentes tiene que ver con la autoestima, que queda fuertemente afectada debido al abuso psicológico y físico. También es cierto que las mujeres que ya de partida tienen menor autoestima son a su vez más vulnerables a sufrir violencia. Esta autoestima se va construyendo desde la infancia, comprobándose en las mujeres con experiencias previas de violencia o factores socio estructurales como una educación desigual o enseñanza de valores de sumisión. Esto predice la probabilidad de sufrir violencia en la edad adulta. Es cierto que la violencia psicológica no distingue de edad, ni de forma, pero es más frecuente, fuerte y duradera en las mujeres, por lo tanto, el mayor riesgo de sufrir violencia de género es “ser mujer”.
En este sentido la incidencia y el riesgo de la violencia de género parece disminuir tras la ruptura de pareja, aunque existen casos donde los agresores aumentan la intensidad a través de la utilización de los menores, una vez producida la separación, como instrumentos para continuar con el control y maltrato psicológico a la mujer víctima, perpetuando así las secuelas de la violencia de género y generando una victimización directa en la infancia.
Esta modalidad de violencia recientemente nombrada se denomina violencia vicaria, definida como: “el daño más extremo que puede ejercer el maltratador hacia una mujer como es: dañar y/o asesinar a los hijos/as”. Es aquella violencia que se ejerce sobre los hijos e hijas para herir a la mujer, es una violencia secundaria porque es a la mujer a la que se quiere dañar y el daño se hace a través de terceras personas. El maltratador sabe qué dañar y en su forma más letal asesinar a los hijos/hijas es ejercer el dolor a la madre en su forma más extrema, dejando así un afectación y huella psíquica imborrable e irrecuperable.
Afortunadamente, hoy se reconoce y se denuncia la necesidad de tratar la violencia psicológica sufrida a través de la violencia vicaria. La dificultad, además, de detectar esta violencia tiene que ver con el uso de códigos que sólo detecta la mujer, ya que reconoce que determinado discurso, cuestionamiento o palabras que utilizan sus hijos o hijas pertenecen al maltratador.
Las mujeres que sufren violencia, si no reciben atención psicológica suelen repetir el patrón de víctima con otras personas, amigos, pareja, familia. Su baja autoestima, nivel de dependencia emocional y otras dificultades adquiridas en los episodios de violencia psicológica perduran. Son más vulnerables a mantener relaciones de afectividad futuras donde exista una dinámica de violencia, puesto que es lo que aprendieron como “normal” y lo han aprendido por imitación.
Este aprendizaje o percepción de “normalidad” se produce tanto en hombres como en mujeres, pero las consecuencias más probables en el caso de los hombres es la tendencia aumentar el sexismo con la edad y una normalización de los modelos disfuncionales presenciados; mientras que las mujeres tienden a perpetuar la conducta de sumisión, pasividad y dependencia en generaciones posteriores.
Lo que es obvio que si estas personas, no reciben ayuda psicológica, esta huella perdurará en sus relaciones futuras y también en otros entornos, dado que esa afectación emocional y cognitiva les dificulta la adaptación social, generando problemas de interacción y de rechazo social y laboral o incluso de relación materno-filial, en caso de tener hijos o hijas.
Las personas tenemos una gran capacidad de recuperación, resiliencia y adaptación, pero el tiempo no lo cura todo. Podemos sobreponernos, reducir la huella de la violencia psicológica, pero esto va a depender fundamentalmente de las fortalezas individuales y de las opciones de ayuda.
En este sentido se ha comprobado que una detección precoz y la intervención temprana especializada multidisciplinar es clave para la recuperación de las víctimas. La clave es ofrecer una actuación institucional integral con ayuda psicosocial e intervención psicológica especializada, así como trabajar en la erradicación de los estereotipos de género (que fomentan la sumisión y dependencia emocional de niñas y mujeres), en la visibilización del problema y en el trabajo de recuperación de todas las víctimas. Y sobre todo ejercer una adecuada protección de la infancia en los casos de violencia de género, asegurando su adecuado desarrollo evolutivo y socio emocional en un entorno libre de violencia.