Cecilia Strzyzowski fue asesinada en Chaco y el crimen vuelve a conmovernos, confrontándonos con la macabra trama que se va revelando a partir de las investigaciones judiciales. Cecilia constituye uno de los 2.209 femicidios que se cometieron en Argentina en los últimos ocho años. Uno cada 29 horas. La mayoría son cometidos por la pareja actual o anterior de la víctima e incluyen maltrato repetido en el hogar, amenazas o intimidación, violencia sexual. El origen de la violencia de género es relativo a una posición de subordinación y riesgo en el que las mujeres se encuentran respecto de los hombres.
Más allá de esta alarmante y cruel estadística debemos interrogarnos por los motivos por los que este fenómeno se ha establecido en lo social. Debemos puntualizar qué factores subjetivos vienen a confluir en este fatal desenlace. Poner palabras a las problemáticas que se manifiestan en el sujeto, un grupo o una comunidad permite que se eviten o bien disminuyan sus nefastas consecuencias, en este caso los asesinatos por razones de género y otras formas de violencia contra las mujeres. La discusión e intercambio entre los psicólogos y profesionales del campo Psi acerca de esta temática constituye uno de los puntos relevantes que se trataran en el próximo Congreso.
Estamos viviendo grandes transformaciones respecto del lugar de la mujer en el entramado social. La cultura patriarcal y machista se ha visto cuestionada, al mismo tiempo que se produjo una caída de la función del padre y su ley junto a una promoción del goce absoluto. La conquista de los derechos sociales, políticos, jurídicos y laborales de las mujeres se van imponiendo en su reivindicación de igualdad respecto de los hombres. El “empoderamiento” de las mujeres y su discursividad ha producido una transformación en discursos y prácticas impensables hace tan solo pocos años.
Todos estos avances no han sido suficientes para frenar la ola de violencia de los hombres; por el contrario, han promovido un mayor rechazo hacia el universo femenino. ¿Cómo explicar estructuralmente ese rechazo a lo femenino que anida en los seres humanos? ¿Qué lectura puede realizar el psicoanálisis que sirva como aporte?
¿Por qué se ha manifestado el rechazo a lo femenino que se expresa en el extremo del asesinato de mujeres? Desde el psicoanálisis podemos pensar una lógica que da cuenta del comportamiento violento de los hombres, ligándolo a la declinación de la función del padre en el hoy de la cultura. Esto va acompañado de un declive de la virilidad. La violencia se genera cuando los mecanismos del sujeto que tratan de evitar la angustia no funcionan y el hombre se siente fragmentado por lo que la mujer hace.
La manera de reintegrarse imaginariamente es a través de la destrucción del otro, dando lugar a conductas violentas y hostiles. En una época donde las mujeres se han constituido como sujetos deseantes, en que pueden decidir libremente sobre su cuerpo y sus actos, representan una alteridad que al hombre se le escapa de las manos. En tanto no pueden ser aprehendidas en su ser, el intento es de eliminarlas en tanto representan lo Otro, lo oscuro, lo ajeno, lo enigmático.
¿Cuáles son las motivaciones subjetivas que provocan que un sujeto acometa este acto asesino? Aún situando las diferencias que se manifiestan en cada uno de los femicidios y más allá de la especificidad de cada situación podemos precisar lo estructural en juego. Lo femenino interpela la posición del hombre de tal modo que este, en el colmo de su impotencia, apela al asesinato en el intento de mostrar su dominio y superioridad frente a la mujer. Esta furia asesina muchas veces se desencadena ante la decisión de la mujer de liberarse del dominio del hombre. Muchos de los asesinatos perpetrados por hombres se producen ante la decisión de las mujeres de poner fin al maltrato y construir una nueva vida fuera del espiral de violencia.
Podemos situar en la relación entre los sexos el lugar de la mujer como lo Otro. Y es esta alteridad femenina la que provoca el despliegue del odio del hombre. Es así como la mujer es puesta muchas veces en el lugar de la loca, la prostituta, la impura, y sometida en muchas culturas a la degradación. La violencia va a aparecer en esa imposibilidad del hombre de tenerla toda para sí, atraparla toda para él. El rechazo a lo femenino expresa que la mujer no-toda es del hombre. En esa condición de autonomía la alteridad y diferencia se vuelven amenazantes, por lo que a este se le hace necesario abolir esa diferencia radical en el golpe del maltrato o el acto asesino. El sujeto no está dispuesto a aceptar esa singularidad que lo cuestiona y lo vuelve inseguro.
Se trata de un rechazo estructural, el rechazo a lo femenino, que incluye muchas veces el ataque a la homosexualidad masculina, es decir a la dimensión femenina del ser humano. El ejercicio de la violencia busca preservar la supremacía masculina y la posición de desigualdad en la que se encuentra la mujer solo por el motivo de su ser femenino.
Si la mujer ya no es su objeto, el hombre no tiene el auxilio de la potencia que le garantizaba la posición femenina en el fantasma. Lo que se intenta eliminar en la mujer que el hombre asesina es su deseo y goce como mujer, un goce que la hace Otra, aún para ella misma. El odio masculino va a estar dirigido a ese goce femenino, un goce que no puede ser dicho, enigmático.
La mujer manifiesta en su intento de independencia que no es propiedad exclusiva del hombre, que se sostiene en su propio deseo más allá del hombre y su goce de poseerla toda para sí. El maltrato de las mujeres que incluso llega al femicidio es la expresión del hombre de no poder asir esa alteridad, esa imposibilidad de tenerla toda para él. Desprovisto de las insignias que lo disfrazan de súper macho, el hombre queda sometido a su impotencia e intenta en el acto asesino restituir el dominio del objeto.
El avance de la mujer en la apropiación de su radical diferencia, la asunción de su propio deseo, como lo muestra el lugar que ocupa en lo social, en lo jurídico, en el mundo del trabajo o la política, y fundamentalmente su oposición a estar sometida como objeto del hombre, la sitúa como sujeto y le posibilita establecer su singularidad en sus intercambios en la vida y entre los sexos.